Blog de Lengua y Literatura. Academia Santa Teresa

Málaga, Andalucía, Spain
Desde el Departamento de Lengua Castellana y Literatura del Colegio Academia Santa Teresa informaremos de actividades y eventos que tendrán lugar en el colegio, en otros centros y en la ciudad. La lengua latina, inglesa y francesa también participan en este espacio virtual. La finalidad de este blog es que sea un cauce de comunicación y participación de padres, profesores y alumnos. https://twitter.com/lylasteresa

lunes, 4 de mayo de 2015

Día del libro III: Entrega de premios del I Concurso de Relato Breve Santa Teresa de Jesús

Estas fueron las premiadas con diploma y lote de libros del concurso:

EDUCACIÓN PRIMARIA
2º PREMIO:
Cristina Luque García de 5º B, por Cuento de Santa Teresa (en el centro de la imagen)

PRIMER PREMIO ex aequo:


Noa Barnes Martín de 5 ºA, por Conociendo a Santa Teresa (a la izquierda)

Claudia Torrico Ledesma de 5º A,  por El cuento de Santa Teresa (a la derecha)

EDUCACIÓN SECUNDARIA
PRIMER PREMIO ex aequo:
Helena Roelens Conejo de 1º A de ESO, por La memoria de las experiencias de Santa Teresa
 
Nerea Gómez Arteche de 2º B de ESO

  Viene de http://lylasteresa.blogspot.com.es/2015/04/premiados-en-el-i-concurso-de-relato.html


Relatos ganadores de secundaria
De Nerea:



Después de vivir tanto tiempo de das cuenta de que las personas cambian. Pero no me refiero solo a un reducido grupo de personas, sino a la humanidad. Como todo, la humanidad ha tenido siglos de oro en los que se podía vivir medianamente bien; no sé si el presente se puede considerar un siglo de oro, quitando los diversos problemas económicos, la corrupción, la pobreza, las guerras…Todos esos factores que hacen del tiempo actual un lugar despreciable. Se podría decir que es un siglo de oro, es el futuro.
En cuanto a mí, aún no me he presentado, espero que muchos me conozcáis, soy Santa Teresa de Jesús y os voy a contar cómo logré cambiar el mundo.
Los primeros rayos de luz comenzaron a colarse en la habitación a través de las finas rejillas de la vieja persiana rota. Me levanté y empecé a caminar por la fría habitación en busca de mi desgastada bata.
De repente, escuché ruidos en el piso de arriba. Ese matrimonio siempre estaba peleándose, ¡cómo podían insultarse y hacerse daño de aquella manera!
Todos los días igual…”que si se planteaban el divorcio”, “que si me voy de casa”, “que si pego un golpe en la mesa”. Siempre había estado aguantando esos tipos de discusiones. ¿Por qué no un día más? Con dificultad comencé a vestirme, ya no tenía esa agilidad de cuando era joven. Fui a la cocina a desayunar y, posteriormente, salí de casa. Llamé al ascensor, en cuanto se abrieron las puertas vi a la mujer del matrimonio de arriba. Estaba de espaldas a mí, buscando algo en su bolso, sacó un pañuelo de papel y se lo restregó por la cara. Al darse cuenta de mi presencia, se volvió. Tenía los ojos hinchados y la cara roja, había estado llorando.
Buenos días, Teresa.− Se restregó de nuevo el pañuelo por los ojos.
Buenos días, querida, ¿se encuentra usted bien?− Supe que no me diría la verdad, pero era cortesía ¿no?
Sí, es sólo que…− sollozó.
No hace falta que me lo cuentes querida, no quiero meterme en tu vida personal. Recuerda, es sólo un mal día, no una mala vida.
Se abrieron las puertas, salimos del ascensor.
Hasta luego Teresa, que tenga un buen día.
Lo mismo le digo, querida.
Salimos del portal, la calle estaba bastante concurrida, personas que iban y venían atareadas hablando por sus teléfonos móviles, parejas cogidas de las manos, niños con sus padres de camino al colegio…Me paré en un cruce hasta que el semáforo se pusiera verde. Alguien me tocó el hombro, miré a la persona. Una chica de unos quince años estaba a mi lado, mirándome con sus grandes ojos color avellana, su pelo moreno le caía sobre los hombros, liso y brillante, del que destacaba una mecha azul, en su nariz brillaba un piercing, llevaba unas botas militares, pantalones negros de cuero y una chaqueta también de cuero negra con tachuelas, por la que se podía ver la camiseta que llevaba debajo con el símbolo de “nirvana”.
  Señora, ¿le ayudo a pasar?
Me quedé mirándola: las apariencias siempre engañan.
No me vendría nada mal.
Me sonrió, a pesar de sus dientes algo doblados e imperfectos. Tenía un gesto simpático. Entrelacé su brazo con el mío, poco a poco, fuimos cruzando la calle. A cada paso que dábamos me parecía más diferente.
No me vendría mal la compañía-le dije.
Lo siento señora…yo…no puedo. El orfanato no me lo permitiría.− Puso cara de tristeza −. Además, ¿quién querría estar conmigo? Nos acabamos de encontrar, ni nos conocemos…somos dos extrañas.
¿Estás en un orfanato?
Sí, como he dicho, nadie querría estar conmigo.
Pero, yo quiero estarlo.
Pero…tú no me conoces- dijo mirando sus botas.
¿Por qué crees que nadie querría estar contigo?
Porque soy horrible, alguien que ni siquiera debería existir. Alguien incomprendido.
Bueno, querida, no me gustaría que llegaras tarde, después nos vemos. Por cierto, soy Teresa.
¿Después? – preguntó ella.
Sí, después.
-¡Ah! Bueno, soy Evans.
Nos despedimos, ella se fue para un lado y yo me fui para otro. Tenía que conocer mejor a aquella chica. Transcurrió la mañana, tranquila, y tal como había dicho, nos volvimos a encontrar en el mismo cruce.
Teresa, no sé cómo lo ha hecho − dijo ella perpleja.
Yo no he hecho nada, querida-le dije sonriéndole.
Quizá sea verdad que el destino existe.
No, esta vez no ha sido el destino, ha sido Dios.
¿Dios?...Dios me abandonó…− susurró −, nunca estuvo conmigo.
Vamos al orfanato − dije, haciendo caso omiso a sus palabras.
¿Al orfanato? ¿Usted?
Sí, yo.
 Caminamos hasta el gran edificio de piedra blanca, de escasas ventanas con rejas, de paredes desconchadas y esquinas de humedad. Llamé a la puerta.
¿Vas a… adoptarme?
Si es posible, lo haré.
Su cara se quedó inexpresiva, como si no supiera, si reír o llorar.
− ¿Te gusta este lugar?
No, cada día lo odio más. No sabes lo que es levantarse en tu fino y duro colchón y mirar las manchas de humedad en la pared como, si de repente, ellas fueran a cobrar vida y, tras tantas lágrimas que me han visto derramar, me fueron a ayudar.
Se abrió la puerta, ella bajó la cabeza. Una señora mayor y con el ceño fruncido nos miraba desde el marco de la puerta.
Buenas tardes, señora Martínez − dijo con la cabeza aún gacha, e intentó esquivarla, sólo que ella le puso el brazo y se lo impidió.
¿Qué has hecho ahora, Eva?
− ¿Yo?… ¡yo no he hecho nada! –le gritó.
¡Calla, niña!
No sabía si intervenir. Evans se calló.
Quiero adoptarla.− La señora Martínez me miró seria.
¡Por fin te vas de aquí, Eva! Entre, por favor − dijo refiriéndose a mí.
Andamos por los sinuosos pasillos hasta llegar al despacho de la señora Martínez. En nuestro camino se cruzaron infinidad de niños pequeños y preadolescentes. Me hizo rellenar un montón de papeles y, cuando al fin llegué al final, me preguntó muy seria:
  ¿Está usted segura de lo que está haciendo?
Sin duda, será lo mejor que habré hecho nunca − le contesté firmemente.
Cuando salimos de su despacho nos dirigimos hacia la habitación de ella. Estaba al final de un gran pasillo, la señora Martínez abrió su puerta, ella estaba tumbada boca arriba en su cama, mirando las anteriormente nombradas manchas de humedad.
Eva, haz las maletas, te vas de aquí.−  Ella se levantó de golpe.
¡Teresa! − corrió hacia mí y me abrazó − ¡No me lo puedo creer!
Hicimos su maleta y caminamos de nuevo por los pasillos, sólo que ahora los demás chicos no nos esquivaban, uno se acercó a ella:
− Evans, ¿quién me ayudará a esconder la comida que no me gusta?
Lo siento Tony, seguro que pronto vendrán esas personas que te querrán para siempre y te llevarán de aquí. − Le dio un beso en la frente.
Llegamos a la puerta, ella miró hacia atrás:
 –Adiós chicos − les dijo al pequeño grupito de niños que nos seguían.
Corrió hacia el exterior y gritó:
− ¡Por fin libre!
Entrelazó su brazo con el mío y salimos del recinto.
Evans…
Dime, Teresa.
Llámame mamá.
 Se le llenaron los ojos de lágrimas
Tengo una madre − me abrazó −: ¡Mamá!
Mientras caminábamos hacia casa me fue contando su historia en el orfanato
− ¿Por qué la señora Martínez te llamaba Eva?
Porque es mi nombre real
Y, ¿por qué dices que te llamas Evans?
Porque tiene nombre de ángel y…, yo me considero un ángel negro.
Me quedé callada, quizás tenga razón.
Llegamos al portal, saqué la llave y abrí la puerta. Subimos en el ascensor y abrí la puerta de casa.
Evans, soy tu madre, por lo que debo confiar en ti. ¿Sabes quién es Teresa de Jesús?
Bueno, en realidad fue. Y, sí sé quién es. Tuve que hacer un trabajo sobre ella. Una buena mujer.
Puede que no me creas, pero vas a tener que hacerlo…Yo soy Teresa de Jesús
Y, ¿por qué no iba a creérmelo? − me preguntó.
No es muy común “esto” de los inmortales.
Ya…bueno…ya que eres mi madre y te dije que Dios me había abandonado, era porque Dios me mandó aquí, a la tierra. ¿Por qué?….aún no lo sé, sólo sé que quiero volver a casa − dijo.
Y volverás, Él nunca te abandona − le dije sonriéndole y cogiéndole las manos.
¿Por qué te dio otra oportunidad? ¿Acaso cree que puedes cambiar el mundo? Los humanos son unos irresponsables, merecen ser castigados − dijo algo enfadada.− Ellos tienen la culpa de que yo volviera aquí.
Estoy convencida que Él te envió aquí porque tenía esperanzas en ti − le dije mirándola a los ojos.− Los dos tenemos esperanzas en ti.
Ya veo…y ha sido Dios el causante de que…madre… − suspiró. − ¿Y qué piensas hacer?
El otro día vi que iban a dar una conferencia y la iban a retransmitir en la tele − le dije.
Y…. piensas…
Si interrumpiéramos en la conferencia…− dije con una sonrisa.
¡Perfecto! − levantó la mano.
Esperas que la liemos − dije riendo. − ¡Noooo! Voy a lanzar mi mensaje, por el que estamos aquí: cambiar el mundo − bajó la mano.− Igualmente la liaremos…
El día antes de la conferencia, estábamos saliendo de casa. Evans llevaba unos pantalones vaqueros rotos y una camiseta de manga corta negra con el símbolo de un corazón con una daga, llevaba el pelo liso, recogido y la mecha azul en la cara, unas bastas botas negras y los labios pintados de negro.
¿Tienes que ir así? Vamos a una conferencia − le dije mirándola de arriba abajo con el ceño fruncido.
Mamá, es mi estilo, a quien no le guste, que no mire.− Y me pareció bien, personalidad.
Cogimos el tren que iba de camino a Madrid y nos bajamos en la estación. Mientras yo recogía las maletas, escuché la voz de Evans por detrás:
− ¿Que me vaya a dónde? ¿Eh?
 Me volví, estaba enfrente de un chico bastante más alto que ella, mirándole a los ojos desafiante. Me acerqué.
Vete a la…− le gritó él.
¿Qué pasa aquí? −  Él me miró con los ojos muy abiertos.
Lo siento, señora.− Y se fue.
Evans, ¿quién era?
Es que, el muy grosero, se ha chocado y ni me ha pedido perdón. ¿Te has fijado?
Evans…hay que tener más paciencia. Aquí hay mucha gente − suspiró.
Lo siento, mamá.
Venga, vámonos, ahí vienen nuestras maletas.
 Llegamos al hotel y allí pasamos el resto del día. Al día siguiente bajamos a desayunar y salimos.
Mamá.− Me miró.
¿Sí?
¿Estás segura de lo de hoy?
− ¿Es que ”miss ángel negro” está nerviosa?
No,− titubeó − es sólo que…no sé…una señora mayor…
Evans, confía en mí.
Llegamos al edificio de la conferencia y tomamos asiento hasta que empezó. Había cámaras de televisión por todos lados. Y, entonces, en medio de la conferencia, me levanté y grité:
 − ¿No estáis hartos de tantas mentiras? ¿Creéis que Dios está orgulloso de vosotros? Dejadme responderos, sí lo está; pero no por las mentiras, sino por vosotros. A veces me pregunto si los seres humanos estamos destinados a avanzar tanto…, pero Dios, a pesar de perdonaros, se cansa…os alejáis tanto de él…
Unos guardias de seguridad se acercaron
Señora, siéntese por favor.
Os quiere y os seguirá queriendo, Él nunca me abandonó y estoy convencida que a vosotros tampoco…
Un guardia avanzó hacia mí, Evans se levantó y le gritó:
Por favor, no me diga usted que no… – se le encaró − ¿Es que no está hasta las narices de ver a tantas personas en la calle pidiendo ayuda y sufriendo en silencio? ¿Es que no están hartos de la videncia entre las personas? ¿Las guerras por causa de las religiones? ¿La pobreza y el hambre, el egoísmo, la aceptación?… ¿Y usted? − señaló a otro guarda −, ¿no está harto de estar aquí sólo para que la gente no se pelee? Y, ¿por qué se pelean? Por las diferencias…Las diferencias son buenas − continuó Evans − las diferentes opiniones, Dios… Él no consentiría más muertes por los problemas económicos, ni más hambre ¿No os dais cuenta de lo que hemos hecho? Los humanos…los monstruos…
Señora, usted está loca − replicó un guarda avanzando hacia mí.
¡No! –interrumpió una mujer del público. − ¡Señor, qué hemos hecho! − se lamentó.
Él evitaría las peleas entre hermanos − dijo un señor entre el público.
Sí, y las peleas matrimoniales − dije.
Y no dejaría que los padres abandonaran a sus hijos − añadió Evans.
Ni permitiría el racismo − dijo, levantándose un señor de color.
Sí, para Él no hay distinciones − dije. Y así las personas se fueron dando cuenta, una a una, de lo que estaba ocurriendo. Dios había actuado.
El vídeo viajó por todo el mundo. Tres días después, volvimos a casa, ya que habíamos causando gran revuelo. Ya en casa, Evans habló conmigo
Mamá, me voy.
-¿Te vas?− le pregunté perpleja.
Ya he cumplido − se estaba desvaneciendo. − Hemos cambiado el mundo. − Se le empañaron los ojos de lágrimas. − Te quiero, mamá.
No me dio tiempo a hablar, ya se había ido. No iba a llorar, sabía que la vería pronto…sonó el timbre, abrí la puerta: el matrimonio de arriba:
Teresa, gracias.
¿Gracias?
Su discurso.
¡Oh, querida, esa no era yo, era Dios y recuerda NADA TE TURBE, NADA TE ESPANTE, TODO SE PASA, DIOS NO SE MUDA, LA PACIENCIA TODO LO ALCANZA, QUIEN A DIOS TIENE, NADA LE FALTA; SOLO DIOS BASTA.
Teresa, es usted increíble. − Besó a su marido.
Gracias a ustedes − cerré la puerta.
 Tenía que hacerlo, había cumplido yo también. Y desvaneciéndome pensé: “Señor, ha merecido la pena”.


De Helena:  La memoria de las experiencias de Teresa de Jesús:



“Tu vida la diriges tú, cuando sabes lo que debes hacer en cada momento, y lo sabes cuando te has encontrado contigo mismo. Decides lo que eres, y cuál es tu vocación”. Así empezó Teresa de Jesús el oficio. A las diez de la mañana en una iglesia de Ávila, Teresa daba misa todas las mañanas de lunes a viernes, y así empezó ese día el oficio, con lo que ella llamaba “la frase del día”.

- Damos comienzo a esta misa; quiero empezar diciendo una cosa: todo él que está aquí es porque quiere escuchar la palabra de Dios, y me pregunto: ¿cuál es vuestra opinión sobre el Hijo de Dios?

A Teresa le gustaba saber la opinión de los demás y también hablar con otras personas sobre su  profunda fe. Ella daba su misa segura y feliz de lo que decía. Sin miedo a lo que pensaran los demás.

Además de dar misa, a Teresa había algo que le gustaba más que nada: escribir. Las tardes se las pasaba escribiendo, sobre lo que ocurría a su alrededor. Ella vivía en una casa humilde y pequeña en mitad del campo. Ésa misma tarde, quiso dedicarle una memoria a la naturaleza:

Déjame contemplarte, tu belleza verde, que ciega mis ojos, alegra a la persona y alivia la tristeza. Déjame investigarte, que en ti hay mucho que hallar. El color de la vida y el sentido que le das. Sabes muy bien lo que contienes y espero que nunca lo llegues a perder. Déjame sentirme alagada por poder tener aquí, para poder sentirme así. Tienes todo lo que busco, lo que encuentro es especial, único y esencial. Déjame admirarte ahora y luego, mañana y después y  el resto de mi vida.

Estos escritos eran típicos en ella. Era una escritora estupenda. Le gustaba contar lo que pensaba, lo que sentía y, sobre  todo, por lo que quería luchar. Esa tarde decidió invitar a su vecina Marta. Ella había sido periodista de joven así que podía darle consejos de experta.

- Lo único que te puedo decir es que sigas escribiendo, tienes mucho talento, puedes contarle a todos lo que piensas si eres valiente - la invitaba Marta.

- No estoy muy segura de si lo que escribo tiene algún valor para alguien. Lo único que quiero es que la gente aprecie lo que  expreso, que es la realidad. No sólo escribo sobre lo que veo a mi alrededor, sino que escribo sobre mi fe. Me gustaría que la gente lo  leyera – decía Teresa.

- Bueno, hablando de otra cosa, la semana que viene, Carlita y yo nos vamos a Madrid, queremos ir allí para ayudar a una organización llamada “Las Hermanas Ayudantas”. Para  prestar un servicio a las personas que no tienen hogar, que no tienen futuro y nos gustaría que te vinieras con nosotras. Además tú eres la persona con más experiencia y valentía que conozco. (Teresa aconsejaba a las personas, ayudaba en que lo necesitaran.)

- Vale, iré. Pero antes  necesito documentarme, nunca he oído hablar de esa campaña – afirmó Teresa.

 Ahí  terminó su conversación. Teresa contenta y alegre pensó  que el poco tiempo que le quedaba antes de irse, tenía que preparar todo y hacer su ligero equipaje. Teresa siempre decía: “Para poder realizar un buen viaje debes ir ligero de equipaje porque cada piedra que lleves de más te hará más pesado el camino”. Tenía que buscar a alguien que la sustituyera  en sus  misas.

La noche anterior al viaje, Teresa quiso salir al patio; era una noche cálida y oscura que le permitía ver claramente la luz de las estrellas. La invadió la  melancolía. El sentimiento de la pérdida de su padre la invadió inmensamente. Lloró como si su vida dependiera de ello, como si  una tormenta cayera  sobre ella, como si el mundo acabara y no pudiera hacer nada. Su padre había muerto hace unos meses. Él, que  la apoyaba en la soledad, en la tristeza  de los momentos difíciles. Pero Teresa, a lo largo de los años comprendió que llegaría algún momento en el que ella debía  seguir su camino y saber tomar las decisiones difíciles.


En honor a su padre decidió escribir lo que le salía del corazón:

Brillas.
Ese brillo  intenso me atrae,
me hace escucharte,
me obliga a mirarte.
 A esa luz  única y especial,
 que contemplaré hasta el fina”.

Eso le ayudo a desahogarse, a sentirse nueva, y así, desapareció la melancolía.

A la mañana siguiente, Marta vino sobre las nueve y media a recogerla y de allí salieron a por Carlita. Al atravesar la muralla que rodea la ciudad, Teresa le preguntó a Marta y  a Carlita sobre la organización del viaje ya que no estaba muy informada.

- ¿Qué es lo que vamos a hacer allí? - preguntó Teresa con bastante curiosidad.

En el pueblo nadie sabía nada sobre  la organización esa.  Puede que no sea muy popular  pero me gustaría saber de lo que se encargan “Las Hermanas Ayudantas”.

Una de las pocas cosas que Teresa no sabía del viaje es que el viaje no era sólo para ir a ayudar a la susodicha organización, Carlita y Marta tenían una sorpresa para ella. En una semana  sería su cumpleaños y querían, junto a unas amigas, hacer una excursión en San Agustín de Guadalix, un precioso e ideal lugar para hacer senderismo.

- Ejem… allí vamos a ayudar a la gente con necesidades, los que no tienen casa y, sobre todo, los que no tienen familia - contestó Carlita.

Después de dos horas y media llegaron al pueblo. La posada donde se quedaron a dormir estaba en las afueras del pequeño pueblo, en el campo cerca de la ruta de senderismo.

En la casa había quince habitaciones. Marta sabía que allí estaban las amigas de Teresa y, por la tarde, cuando terminaran de comer,  irían a visitarlas y así darle una sorpresa a Teresa.

- ¡Qué bonito! ¡Es precioso! No pensaba que esto fuera  a ser tan bonito – exclamaba Teresa, entusiasmada.

- Sí, además desde nuestra habitación las vistas son preciosas -respondió Marta.- Yo tampoco  me habría imaginado esto así.

- ¡Espectacular! - gritó Carlita.

- Hacía mucho que no venía  por tierras madrileñas, mi padre me trajo a otro pueblo muy cerca de aquí. Tenía ocho años,  vine con él por mi cumpleaños, me encantó esa experiencia porque fue la segunda vez que salí de Ávila.

- ¿Adónde fuiste la primera vez? - preguntó Carlita.

- Fui a Lugo con mi madre para visitar a mi abuela. Ese viaje no me gustó tanto. Nos quedamos en casa de mi abuela, aburrida y amargada. Estaba todo el día con mi tía, eso me daba igual pero no disfruté de los tres días que pase allí.

- Olvida los malos recuerdos, eres alegre y tienes que disfrutar  de este momento. ¡Vamos a disfrutarlo! - le replicó Marta.

Teresa se quedó contemplando el paisaje y al rato entró en la residencia.

- ¡Hola, buenas!, hemos reservado una habitación a nombre de García, Marta García.

- Espere, por favor… es la habitación 12. La cuarta planta, a la derecha.

- Muchas gracias.

Las chicas se dirigieron hacia su habitación cargando con los hatillos de sus enseres personales. Eran alrededor de las doce y media  y decidieron reposar un rato hasta la hora de comer.  Un intenso sopor se apodero de ella  y llegó el sueño…

“- Hola, Candela, hace mucho que no te veo ¿Qué tal estás? - decía Teresa.
- Bien, muchas gracias ¡Feliz cumpleaños! – exclamó Candela.
- Gracias, eres la única que se ha acordado -  le respondió Teresa.
- Nunca  me olvidaría de tu cumpleaños, eres una gran amiga. Una amiga en la que puedo confiar. ….”

- Despierta, ¡Teresa! Es hora de comer - le decía Carlita.

- Perdona, me he quedado dormida.

Las dos bajaron al comedor calladas.

- ¡Felicidades, Teresa! - gritaron las amigas de Teresa.- En nombre de todas te deseamos unos felices veinte años.

- Esperamos que tengas un buen día -dijo una de las presentes en la sala.- Queremos que disfrutes de esta fiesta y que nuestro regalo te guste.

- Muchísimas gracias, no sé como agradecéroslo. Sois las mejores amigas del mundo… ¡Estáis todas!: Candela, Sonia, Esperanza, Lola, Carmen, Lucía, Marta, Carlita y… Laura - dijo Teresa, contenta y emocionada.

- Espero que estés contenta porque nos ha costado mucho poder guardar el secreto, lo de la organización era una excusa para traerte hasta aquí - le contestó Marta.

Cuando Marta terminó de hablar, todas se acercaron a Teresa y la rodearon entre gozos y alegrías. Teresa estaba muy feliz, se sentía apreciada por todas. Los regalos que ellas le daban no tenían tanto valor para Teresa, porque lo que ella verdaderamente apreciaba era el cariño con el que estaban hechos los regalos y el esmero con que habían preparado todo.

- Os doy las gracias a todas y, sobre todo, por el esfuerzo que ha supuesto la organización de la fiesta.

Durante el resto de la tarde siguieron con la fiesta. Hablaron, bailaron, cantaron y también jugaron a los mismos juegos de cuando eran pequeñas… juegos de mesa.  ¡Como si todavía fueran niñas! Ese juego le recordó a Teresa un escrito que hizo y para agradecerle a sus amigas  el esfuerzo dándoles las gracias en su interior.

Cuando te vas haciendo mayor, te vas dando cuenta de lo que dejas atrás, como los recuerdos de algunos momentos especiales y a las amigas. Amigas como ellas no te las vas encontrando a la vuelta de la esquina. ¡No!  Las vas conociendo mejor a lo largo de los años igual que hicimos nosotras. Diez amigas que, aunque los problemas las enfadaran, que se han distanciado en algunos momentos, siguen estando vivas en el corazón. Da igual lo que nos ocurra porque yo soy feliz a vuestro lado y desde que os conocí hasta ahora no os cambiaría por nada del mundo porque vosotras sois únicas.

- Bueno, aparte de esta fiesta tenemos otra sorpresa para ti - exclamó Lola.- Sí, mañana estás invitada a hacer una ruta de senderismo de siete kilómetros cerca de aquí.

Espero que te apetezca venir con nosotras, empieza a las diez y media y terminaremos a las doce - le dijo Esperanza.

- ¡Me encantará! Es más, será un gran honor poder ir con vosotras a la ruta.

- Mañana todas, dado que empieza a las diez y media, pues a las diez y veinte en  la puerta de la residencia- les avisó Marta.

Al día siguiente, a  la hora prevista estaban todas en la puerta de la posada y a la hora establecida emprendieron el camino hacia la ruta prevista. Hacía un día muy caluroso, las chicas pasaron mucho calor.  Iban caminando  de dos en dos, hablando. A veces se paraban y miraban a su alrededor. En algunas ocasiones veían una ardilla…

- ¡Mirad!, ¡allí!, Entre los matorrales al lado del río hay un oso - susurró Teresa.

- Sí, ¡qué bonito! No os acerquéis mucho - dijo Carmen.

- Cuando se vaya el oso, podríamos refrescarnos un poco junto al río, además, hace muy buen día - les anunció Lucía.

Después de unos diez minutos, las chicas se pararon al lado del agua. Sentadas en distintas piedras. Cada una usó su tiempo con libertad. Sonia y Lucía se sentaron a descansar bajo un árbol tumbándose en el suelo; Carlita, Lola y Candela se mojaron las mejillas con la idea de que el agua las refrescara, y las demás sacaron un pequeño almuerzo que traían en los hatillos.

Teresa y Marta se sentaron al lado de una pequeña cascada  y entonces sacaron un pequeño cuaderno y una pluma; y las dos se pusieron a escribir. Esto es lo que escribió Teresa gracias a su inspiración:

La luz del sol, invade mi rostro y lo ilumina. Tus rayos dorados son largos brazos que abrazan la tierra. Por la noche tus brazos desaparecen y espero hasta la mañana siguiente para que te vuelvas a despertar. Resplandeces con  una luz rojiza que atrae a la vista. Al alba me gustaría estar al lado de este río, mirar tu despertar y mirarte hasta que te levantes del todo.

Cuando ella terminó, siguieron su camino y así llegaron a un bonito pantano casi al final de la ruta.

- ¿Os acordáis cuando éramos  pequeñas e íbamos juntas al arroyo del pueblo? – preguntó Candela.

- Claro… ay, qué tiempos aquellos – les dijo Carlita.- Bueno ahora hay una nueva tradición: todos los años, si os parece bien, hacemos una ruta de senderismo.

- Síííííííí - respondieron todas al unísono.

Hablando, riendo y charlando llegaron otra vez a la posada, era sobre las  siete y media; así  se terminó el día y cada una de ellas se fueron a sus estancias.

- Chicas, os agradezco mucho la sorpresa que me habéis proporcionado, sois unas amigas excelentes, además de haberme traído hasta aquí, lo habéis organizado muy bien y os lo agradezco mucho. Ha  sido un gran fin de semana – les agradeció una vez más Teresa.

- A una amiga como tú es un placer hacerle una fiesta - le contestó Marta. - Mañana salimos  a las  diez y media para Ávila.

Terminaron la conversación con caras risueñas invadidas por inmensas sonrisas.

Al día siguiente salieron hacia Ávila.

Tras aquellos días del fin de semana, cada una siguió con su vida diaria.

Teresa decidió recopilar todos los escritos en un único texto. En un libro y publicarlo. Un libro al que llamaría Las memorias de las experiencias.

Y con todos estos momentos vividos, Teresa decidió quedar más con sus amigas, seguir con los oficios y escribiendo historias. De esto aprendió que la vida te invita a ser mejor persona,  no importa si has perdido una batalla o que hayas logrado la victoria, de todo momento se aprende algo disfrutándolo como si fuera el último, sintiéndote bien en lo que haces.

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